El jardín de la reina.

Cuentan, que hace mucho tiempo gobernaba en un lejano reino de oriente un monarca al que, por la abnegación en sus funciones de regente, sus súbditos llamaron "El Justo". Era tal su dedicación que nunca prestó atención a otra cosa que no fuese el bien estar y la felicidad de los habitantes del reino. Rodeado por el desierto, no tenía el rey enemigos que se disputaran sus tierras por pobres y estériles.
"El justo", no obstante, se había sabido rodear de hombres sabios, y del ingenio de estos, surgieron canales que transportaban la preciada agua desde pozos y acuíferos hasta campos y ciudades. Aquellas tierras, otrora yermas, eran ahora lo suficientemente fértiles como para que su pueblo nunca pasara hambre.
Solo había una cosa que preocupaba a sus vasallos, tanto a los poderosos como a los más humildes. El rey envejecía y aún no había tomado a ninguna esposa que diera al reino un heredero.
Demasiado ocupado promulgando leyes y administrando justicia, no tuvo ojos para mujer alguna. Más el amor no necesita de heraldos que lo anuncien y llega cuando menos te lo esperas. Siendo casi un anciano quedó prendado de una joven erudita, sólo la  enorme inteligencia de la muchacha era capaz de eclipsar su desmesurada belleza. Para sorpresa del monarca fué correspondido, cautivada ella por el carácter afable y los principios inquebrantables del rey "Justo".
Sabiendo de la debilidad que sentía su joven prometida por las flores, el monarca mandó embajadores al otro lado del mar, a las tierras del norte donde la lluvia caía abundante durante todas las estaciones.
Poco antes de la boda regresaron trayendo consigo  a Carlton y a su hijo Neakail, un chiquillo apenas destetado.
Carlton era jardinero y había trabajado para los reyes y los nobles más exigentes de Escocia. Su amada esposa había fallecido por la peste apenas pasado un año de dar a luz a su primer hijo. El jardinero, tremendamente afligido por la reciente pérdida, aceptó la oferta de los embajadores del rey, pensando que si se alejaba de su tierra natal hasta un lugar tan remoto y distinto, se atenuaría el dolor que le provocaba el recuerdo de su difunta esposa.
Dos semanas después de su llegada los pregoneros anunciaban la boda y un mes más tarde que la joven reina estaba en cinta. El júbilo se adueñó de las gentes y tampoco los regios consortes disimulaban su felicidad.
Pasaron nueve meses y el jardín estaba concluido pero la joven reina no podrá disfrutar del maravilloso lugar que había creado Carlton.  No hubieron festejos con la llegada del heredero, una niña fuerte y sana. Tan esperado acontecimiento se vio nublado por la tragedia de la pérdida de la reina consorte durante el parto.
El rey, destrozado, siquiera era capaz de mirar a su hija sin que los ojos se le inundaran de lágrimas.
Puso a la niña en manos de nodrizas y tutores y se alejó del dolor refugiándose en el trabajo. Sobreprotegida y sin una figura paterna que le inculcara los más básicos valores morales, pues sus tutores no osaban contradecirla o castigarla por no enemistarse con el rey, creció consentida y caprichosa.
La niña jamás abandonaba el palacio y el tedio la consumía durante la mayor parte del día. Solo había un lugar en el que era feliz, pues había heredado de su madre el gusto por las flores. A medida que crecía pasaba más tiempo en el jardín. Encontró en Carlton al padre que le negaban y en Neakail al único niño con quien jugar.
Fascinada por todas aquellas maravillas le preguntó un día al humilde jardinero por los secretos de su buen hacer.
- ¿Cómo consigues que broten tan hermosas de una tierra tan pobre?
- Las flores... - Comenzó a responderle. - ...al igual que las personas, necesitan un motivo por el que vivir. Necesitan del cariño y la compañía, necesitan sentirse amadas y respetadas...
- ¡Eso son tonterías! - Lo interrumpió. - Las flores no sienten, solo son... Pues eso, solo son flores.
- Es un error muy común pensar así. Quienes no son capaces de verlo, jamás podrán apreciar su autentica belleza. Me has preguntado por mi "secreto" y este no es otro que el de saber entenderlas, saber hablar con ellas.
- ¿Entenderlas, hablar con ellas? . La princesa puso cara de escepticismo. - No soy una niña pequeña, no intentes tratarme como a una tonta.
- Jamás osaría engañaros. Es cierto que se comunican, no con palabras claro está. Su lenguaje es mucho más sutil, pero no tanto como para que su alteza no pueda también aprenderlo.
- ¿Os consideráis mejor que yo?
El jardinero sonrió condescendiente. - No quise decir eso, Dios me libre. Hagamos una prueba, quizás así me creáis.
-¿Una prueba?
- Preguntadles algo, cualquier cosa, os darán respuesta.
- ¿Acaso pretendéis hacerme creer que pueden entender lo que les decimos?
- Ellas escuchan y saben muchas cosas, incluso acontecimientos que han de ocurrir. No solo eso, además nunca mienten.
Superada su reticencia inicial, la infantil curiosidad de la niña pudo más que su escepticismo.
- ¿He de preguntar a una flor en concreto?
- Cualquiera de ellas es valida, más podéis probar con las que llevan vuestro nombre.
La princesa se encaminó hacia unas lilas. Así quiso el rey llamarla, Lila, en un póstumo homenaje a su madre.
En una hora sería su fiesta de cumpleaños, ocho tiernas primaveras. Lo habían intentado mantener en secreto pero ella siempre se las ingeniaba para descubrir lo que tramaban en palacio. Aun así, ni todas sus habilidades intimidatorias ni sus numerosos "espías",  habían conseguido informarla de lo que habían de regalarle.
- ¡Tú, flor..! - Ordenó de forma enérgica. - ¿ Con qué porquería ha de defraudarme en esta ocasión?
Esperó un breve instante antes de girarse y gritarle su enfado al jardinero.
- ¡Sabía que era un engaño! ¡Eres como todos los demás, me tratas como a una niña tonta!
Carlton se acercó junto a niña y flores, se agachó a su altura poniéndose en cuclillas.
- Las has asustado con tus ademanes altaneros. - Su mano pasó muy cerca de los cabellos de la princesa. Por mucho cariño que la tuviera, ella era la futura reina y él solo un siervo. Se cuidó de no tocarla, en su lugar acarició con delicadeza los pétalos de las lilas. - Muestrales cariño y no dudarán en responder.
Lila hizo un mohín de desagrado, se encogió de hombros y tragó saliva.
- Esta bien, lo haré a tu manera, pero si me estás tomando el pelo has de arrepentirte y mucho. - Lo volvió a intentar suavizando el tono tanto como pudo. - Por favor flor, dime que han de regalarme para mi octavo cumpleaños. - En ese mismo instante se posó una abeja sobre los pétalos, enseguida llegó otra más pequeña y se pusó sobre el lomo de la primera. La niña las vigiló durante un largo rato, finalmente ambas reemprendieron el vuelo sin que la más pequeña se apeara de la espalda de la mayor.
Llegó su séquito a buscarla y se la llevaron a palacio. Al pasar junto al jardinero la princesa le dirigió una mirada asesina acompañada por un gesto inequívoco de "esta te la guardo".
La fiesta la presidió su padre. Como era habitual en él la trató con frialdad, dejando que fuesen los bufones y tutores, (en los que la princesa no hacía distinciones, poniendo a maestros y payasos en el mismo saco) los que se ocuparan de su hija. Solo se levantó del trono cuando sonaron las tubas y se abrieron las puertas del gran salón. Por ellas entró un lacayo arrastrando de las riendas a un precioso corcel árabe. Era de un pelaje negro que brillaba a la luz de las antorchas, un animal de una belleza sin par que dejó boquiabiertos a todos los presentes, incluida la princesa. El rey la aupó sujetándola por la cintura y la colocó con cuidado en el lomo del semental.
- Felíz cumpleaños hija mía.
La chiquilla no pudo evitar romper a llorar. El rey se enterneció pensando que era su regalo el que la había emocionado de aquella manera. Nada le podía hacer pensar que las lágrimas eran debidas a los remordimientos que sentía por haber tratado de forma injusta al jardinero. Acababa de entender lo que le habían dicho las flores.

Al día siguiente, como todas las mañanas, Lila apareció por el jardín. En cuanto vio a Carlton se abalanzó hacia él y lo estrechó entre sus brazos. El jardinero, atónito por aquella extraña conducta, no supo cómo reaccionar. No se atrevió a corresponder al gesto y dejó que la niña se desahogara en llantos manteniendo sus brazos alejados de ella.
- ¡Perdonadme! - Gemía desconsolada la pequeña. - Vos no sois como los demás, era la estupidez la que guiaba mi lengua. - Lo apretaba cada vez con más fuerza hundiendo el rostro entre las ropas del jardinero. - Nunca debí dudar de vos, vos nunca me habéis mentido, siempre me habéis tratado con verdadero respeto. No por miedo ni por adulación como los otros... - Separó la cabeza de su pecho y pudo el jardinero ver como se humedecían  los ojos verdes de la chiquilla. Entendía el porqué al monarca le costaba tanto tratar con su hija, la princesa era el vivo retrato de su madre. - ...Vos sois lo más parecido a un padre que tengo.
- Os lo ruego majestad, me estáis poniendo en una situación comprometida. Yo solo soy el jardinero y os debo todo el respeto que vuestra alta cuna merece. Siquiera deberiaís tocarme.
Lila se apartó de forma brusca pero no se dejó llevar por su habitual mal humor.
- Ahora sois vos quien dice tonterías. ¿Acaso vos no merecéis también mi respeto? ¿Qué importa la distancia que separaba a vuestra cuna del suelo? Sois un hombre bueno y sincero y es por eso que os ruego que seáis mi maestro. Enseñadme a hablar con las flores, esa es mi súplica y no habéis de tratarme de superior, siquiera como a igual, si no como a discípula y yo a vos como a mi mentor.
- No puedo hacer eso, el protocolo no lo permite.
- Nunca os importó jugar conmigo de niña.
- Ya no sois una niña, pongo vuestras propias palabras en mi boca.
- Podría obligaros, podría ordenaros que me enseñarais pero entonces vuestras lecciones no tendrían ningún valor.
- Si accedo nadie ha de saberlo, no todo el mundo opina como vos sobre el trato y el respeto.
- ¡Lo harás! - Hacía ya tiempo que el jardinero no veía a la princesa comportarse según la edad que le correspondía. La chiquilla comenzó a dar saltitos y gesticular con los brazos todo su júbilo.
- ¡Gracias, gracias, no te arrepentiras! ¡Voy a ser la alumna más aplicada del mundo!
Carlton sonrió divertido. - ¿Y qué sabéis vos del mundo?
- Cierto, no sé nada. ¡Habladme de vuestro país! ¿Es cierto que donde aqui hay dunas de arena, allí son montañas cubiertas de pastos lo que se extiende hasta el horizonte?

Pasaron cinco años y los lazos entre la princesa y el jardinero se habían estrechado hasta el punto de que ambos habían olvidado por completo el lugar que ocupaban en la escala social. Lila aun seguía maravillándose con los relatos sobre tierras lejanas que le contaba su mentor y, tal como había prometido, se aplicaba en las lecciones hasta casi haber dominado el lenguaje de las flores. Carlton, Neakail y ella cuidaban del jardín que con el paso del tiempo estaba cada vez más esplendido. En los intervalos de descanso seguían los dos adolescentes jugando juntos en aquel pequeño oasis apartado del mundo.
Llegó el día en el que la princesa se sintió preparada para hacer una pregunta verdaderamente trascendental, no como las chiquilladas que hasta entonces habían acaparado su curiosidad. Pensó que para algo así debía de elegir a la reina de todas las flores y se dirigió hasta un rosal.
Sabía que para obtener respuesta a una pregunta tan abierta, tan indefinida como aquella, debía de agudizar sus cinco sentidos. El oído, la vista, el tacto, el olfato e incluso el gusto. El idioma de las flores no siempre era conciso, había que interpretarlo con cuidado sin dejar escapar ningún detalle por pequeño o nimio que pudiera parecer.
- Hermosa entre las más hermosas, es tu fragancia el perfume de la propia vida, tan efímera como intensa. Perdona mi impaciencia, mi anhelo saber lo que ha de venir. Decidme bella flor... ¿Qué me depara el futuro?
Embelesada en los colores y el perfume de las flores, tuvo un descuido y sus dedos se acercaron demasiado a las espinas del rosal. Una aguda punzada la hizo gemir.
Se apartó asustada apretando la yema de su dedo corazón, una gota de sangre cayó sobre la tierra húmeda. Nunca antes había obtenido una respuesta tan breve y sin embargo tan clara.
- ¿Dolor? ¿Es eso? - Corrió a esconderse en palacio, los dos jardineros la vieron pasar y quedaron preocupados por la expresión asustada de la princesa. Fueron tras ella, pero una vez que salió del jardín para entrar en el alcázar desistieron, aquel era terreno vetado para ellos.
A los pocos meses de lo sucedido, el anciano rey murió y ella accedió al trono a la temprana edad de catorce años. Abrumada por sus nuevas responsabilidades, delegó estás en un comité de sabios y se refugió en el jardín. Allí pasaba días enteros sin querer saber de nadie, salvo de las dos únicas personas en las que realmente fiaba. En todo aquel tiempo no se atrevió a preguntar nada más a las flores.
Un año más tarde Carlton enfermó gravemente y aunque la reina puso a su cuidado a los mejores médicos, nada pudieron hacer por salvarlo. Las exequias fueron humildes. Sin otra familia que su hijo, tan solo se presentó en el entierro la reina. Allí, en la intimidad del jardín que tanto había amado, descansarían por siempre sus restos en comunión con las flores.
Lila lo lloró como si realmente hubiera perdido a un padre.

El desinterés por los asuntos de la corona que mostraba la reina comenzó a preocupar a algunos y a alentar la ambición de otros muchos. Pronto comenzaron las conjuras, los hipócritas y los falaces fueron poco a poco desembarazándose de los súbditos fieles haciéndose con el control del reino. "Es por el bien del pueblo" repetían los traidores con insistencia y con cada nueva ley que promulgaban se hacían un poco más ricos mientras que el pueblo, al que decían proteger, comenzaba a padecer penalidades.
Lila era ajena a las intrigas palaciegas, en realidad era ajena a todo lo que estuviera fuera del jardín. Había cumplido 18 años sin celebraciones de ningún tipo, lo mismo que en los tres años anteriores. Vivía entre las flores con la única compañia de Neakail y comenzaba a ver al joven con ojos de mujer. El mundo del jardinero era aún más reducido, si cabe, que el de la reina. Si bien ella nunca había abandonado el palacio, él en raras ocasiones había traspasado los límites del jardín. Desde la pérdida de su padre no tenía contacto con nadie salvo Lila.
Que la monarca pasara tanto tiempo a solas con "el extranjero", que es como llamaban de forma despectiva a Neakail, fomentó habladurías de todo tipo, calumnias malintencionadas que situaban a ambos yaciendo juntos. Las lenguas más afiladas llegaron a asegurar de que la reina ya había parido en secreto al menos a un par de bastardos.
Tamañas injurias calaban hondo en el vulgo, que achacaba a la reina sus desventuras y comenzaron a llamarla "la reina puta". Varios eran los que ansiaban el control del reino y sus disputas no hacían más que acrecentar el dolor y la miseria del pueblo llano. En aquel clima enrarecido y malsano, los nobles más avariciosos aprovecharon para desviar los canales hasta sus propias tierras.
- El reino necesita de una autoridad fuerte que lo libre del caos en el que se ha sumido! - Gritaba en la sala del consejo Ibrahim Al Faluk, noble que estaba consiguiendo la supremacía entre las partes en conflicto. - ¡La reina ha de tomar a un rey consorte antes de que la desdicha del pueblo se incremente aún más!
- ¿Y quien piensa su excelencia que ha de sentarse en el trono junto a nuestra señora? - Ben Amin Yusuf era abuelo de la reina por parte de madre. A la muerte de su consuegro pidió permiso al Sultán de Damasco, de quien era un respetado consejero, para estar junto a su nieta en aquellos tiempos difíciles. Solo la había visto antes en una ocasión, durante el entierro de su amada hija. La trágica llegada al mundo de la niña hizo que también él renegara de ella. En aquella segunda ocasión se le encogió el corazón al tenerla delante, era la viva imagen de Anyram Al Aliah, su queridísima hija.
Esta era su tercera vez en el pequeño reino, al que llegó alertado por un buen amigo de las conspiraciones que podían poner en peligro la vida de su nieta.
- ¡Yo, por supuesto!- Respondió Al Faluk sin pensarlo dos veces.
Como de costumbre la reunión quedó en nada, salvo en gritos, insultos y acusaciones cruzadas de los unos a los otros.
Yusuf  tenía claro de que el reino estaba al borde del colapso. Le habían llegado noticias inquietantes de emiratos vecinos que veían una ocasión propicia para anexionarse por la fuerza aquellas tierras.
"Los coyotes se habrán devorado entre ellos cuando llegue el lobo" - Pensó con amarga tristeza.
En todas las ocasiones que había intentado hablar con su nieta esta le dio largas, ya no sabía que hacer, de quedarse su propia vida corría peligro. Regresó a Damasco para buscar la intermediación del Sultán.

Lila sentía una agobiante desazón, no dormía durante la noche mientras esperaba ansiosa que llegase el día para regresar al jardín. Realmente había perdido el interés por las flores, era estar con Neakail lo que deseaba casi con desesperación. Un instante lejos de su compañía se le antojaba una eternidad.
A su lado todo lo demás perdía el sentido, era incapaz de dejar de mirarlo. Notaba la incomodidad del joven jardinero, le parecía encantador cuando este evitaba que su mirada se cruzara con la suya. Se ruborizaba al más leve contacto con la reina, podía notar su nerviosismo cuando las manos de ambos se juntaban al plantar orquídeas. Lila se había enamorado como solo es posible hacerlo cuando es la primera vez.

Durante el verano, el más caluroso que se recordaba en años, ambos se afanaban lo imposible por mantener a salvo el jardín de la sequía. Regaban una a una las plantas sin desperdiciar el agua, que por escasa, llegó a tener más valor que el oro. Mientras, el pueblo pasaba hambre y la impopularidad de la reina no dejaba de acrecentarse. La triste realidad era, que de no haber robado los nobles el agua de los canales, la situación podía haber estado bajo control mediante un justo racionamiento. Nada de todo aquello sabía Lila y posiblemente, de haberlo sabido, tampoco le hubiera importado. Ella solo tenía ojos para su jardinero.
- Esto no está bien. - Comenzó a decir Neakail con voz titubeante.
- ¿Qué es lo que no está bien. - Preguntó la reina y como de costumbre Neakail le rehuyó la mirada.
- Vos sois la reina, no deberíais pasar tanto tiempo aquí.
- ¿Acaso vos podéis decirme a mi lo que debo y lo que no? - Lila giraba alrededor del jardinero buscando que sus ojos se encontrasen, el joven se ruborizó cuando se vió obligado a mirarla.
- No mi señora, no soy yo quien lo dice. - Su voz temblaba lo mismo que sus manos, sudaba y no era debido al sofocante calor.
- Unos hombres llegaron hoy muy temprano, dijeron que su alteza está descuidando sus obligaciones. Que yo era en gran medida el responsable, yo y el jardín.
La reina montó en cólera. - ¡¿Osaron amenazarte'! - ¡¿Quienes son esos hombres de los que hablas?!
- Me trataron con cortesía, más de la que un humilde jardinero merece.
- ¡¿De quienes se trata?! ¡Mandaré azotarlos!
- ¿Como puedo saberlo? Jamás salgo del jardín y hace mucho tiempo que aquí no viene nadie salvo vos.
- Acompañadme a palacio y señalad a los cobardes que se dirigen a vos y no a mi para exponer sus quejas.
- Esos mismos fueron mis argumentos, más aseguran que su majestad nunca recibe a nadie. Aceptaré el castigo por ellos, por mi osadía al decir que tienen razón.
Lila no pudo enfadarse con aquel a quien amaba. - Mirese, camina con los pies descalzos cubiertos de barro, el vestido sucio de tierra y del verdín de las plantas, las manos llagadas por el trabajo. Vos sois la reina y pareceis una sierva. Su majestad debería estar rodeada de los de su misma sangre, su misma alcurnia. Vestir de seda y gobernar al pueblo... - Tragó saliva y su voz sonó trémula, apenas inteligible. - ...Tomar a un marido que os de hijos.
Neakail no tuvo tiempo de reaccionar cuando Lila se abalanzó sobre él y lo besó con la torpeza de un neófito. Cuando sus labios se separaron el jardinero estaba rojo como un tomate, temblaba como si el frío helado de la noche en el desierto le hubiese entrado hasta el tuétano.
- Yo solo quiero estar contigo.- La reina le sonreía. Pensó que era la sonrisa de una niña ilusionada con un juguete nuevo y la tristeza se mezcló con el temor de estar en lo cierto. - ¿De qué tenéis miedo? Yo os amo, siempre os he amado, creo que desde niña cuando jugábamos juntos entre las flores. Decidme que vos no sentís lo mismo y haré caso a los ruegos de esos que me quieren lejos de ti.
- Majestad, yo siquiera sé si se me está permitido responder a esa pregunta.
- Tonto... - Los enormes ojos de la reina resplandecían felices lo mismo que su sonrisa. - ...Tus labios ya me respondieron. - Volvió a besarlo y en esta ocasión fue correspondida. Ambos se fundieron en un abrazo, ignorantes de que estaban siendo espiados.

La noche en verano es corta, más a la reina se le hizo eterna. Dio mil vueltas en el lecho, estrechándose entre sus propios brazos rememorando el abrazo del día anterior. Pletórica de felicidad no podía dejar de sonreír. Se levantaba y recorría nerviosa la habitación de un extremo al otro, impaciente por volver a reunirse con Neakail. Tentada estuvo en muchas ocasiones de abandonar sus aposentos en la noche y correr al jardín, correr hasta la cabaña del jardinero y sorprenderlo en sus sueños. Quería mirarlo mientras dormía, acariciar sus extraños cabellos rojos, escuchar su respiración, acercarse a sus labios y sentir el calor de su aliento. No podía soportar estar lejos de él pero se contuvo.
Por fín clareó el nuevo día y pudo ir al jardín sin temor a los cuchicheos, o al menos es lo que ella cría. Caminó por los pasillos de palacio despacio, con la dignidad y el decoro que se le exige a una reina, mas cuando creyó estar a salvo de miradas perniciosas, corrió con los ademanes de una niña excitada. Se subió la falda del vestido por encima de los tobillos para evitar tras pies, y hablando de pies, mejor correr descalza que con unos zapatos, tan ampulosos como incómodos. Los lanzó lejos de sendos puntapiés.
Lo buscó por todo el jardín sin hallarlo, tampoco lo encontró en la cabaña. Lo llamó pero no obtuvo respuesta. Volvió por donde había venido pensando que quizás había ido a los aledaños de palacio por algún tipo de gestión. No lo habían visto en los almacenes, tampoco en la despensa. Todos aquellos a quien preguntaba se encogían de hombros. Regresó al jardín y lo esperó en vano hasta caer la noche. No regresó a palacio, permaneció sentada sobre la yerba llorando desconsolada.
Antes de llegar el alba su preocupación ya era insostenible. La guardia había acudido a buscarla en varias ocasiones y en todas los había despedido de forma grosera, lo mismo que a visires y a consejeros.
Desde que se pinchó con el rosal no se había atrevido a hablar más con las flores. La acongojante incertidumbre del paradero de su amado la convenció de que esa era su única opción para encontrarlo.
- Perdonad mi silencio durante tan largo tiempo. - Les dijo. - Seguro que también vosotras estáis preocupadas por quien desde siempre os ha cuidado con mimo y cariño. De tener respuesta os ruego que me devolvais la gracia de vuestras palabras. ¿Dónde está Neakail, dónde está mi amado?
Una mariposa llegó volando de forma grácil y quedó suspendida aleteando frente a Lila, el aroma intenso del polen pareció atraerla hacia unas malvas que crecían ocultas en un rincón.
El corazón casi se le sale por la boca, corrió hacia el lugar sin importarle mancharse los bajos del vestido, ni que las espinas de los rosales lo hicieran girones. Al llegar junto a las malvas se puso de rodillas y comenzó a escarbar dejándose las uñas. Su respiración se aceleraba con cada puñado de tierra, su mente se negaba a admitir aquella posibilidad. Las flores la engañaban, seguro que le guardaban rencor por el largo tiempo de silencio y esa era su forma de castigarla.
Dejó de horadar bajo las malvas, permaneció un rato en silencio antes de que de su garganta escapara un desgarrador grito de dolor.

Cuando cinco semanas más tarde los pregoneros anunciaron las futuras nupcias de la reina con Ibrahim Al Faluk el pueblo no mostró alegría, recibieron la noticia con la mayor de las indiferencias. La sed y el hambre dejaban cada día un reguero de cadáveres y el llanto de las madres al enterrar a sus hijos no conmovía a un futuro rey que mantenía el orden sirviéndose del miedo. Cualquier conato de protesta era reprimido con violencia por el ejército y ya eran muchos los que habían decidido abandonar el reino en busca de un lugar mejor en el que vivir.
Llegado el día de la boda los fastos fueron por todo lo grande sin escatimar en gastos. Aquél vergonzante derroche, mientras que el pueblo se moría de hambre, indignó a la plebe y nadie vitoreó a los recién casados.
- No tengáis en cuenta el desdén de esos palurdos. Habéis tomado la decisión correcta. Conmigo a vuestro lado los meteremos en cintura y devolveremos al reino su prosperidad. - La reina no le contestó, durante toda la ceremonia se había mostrado distante, ausente y ahora, mientras paseaban en una carroza descubierta por unas calles casi desiertas, su mutismo se acentuó. Al Faluk continuó con su monólogo. - Las arcas de palacio están vacías, lo primero que hemos de hacer es subir los impuestos. Aquellos que no paguen serán embargados y vendidos como esclavos. Los esclavos son un mercado en auge que no debemos ignorar, también para ello hemos de promulgar algunas nuevas leyes.
Llegó la noche de bodas y el gordo Ibrahim estaba impaciente por consumar el matrimonio. Ardía en deseos por poseer a la hermosa reina. Ella lo esperaba ataviada de finas y transparentes sedas. Se tumbó en el lecho y lo invitó a acercarse. Al faluk se desnudó a toda prisa y casi se cae de bruces al sacarse los calzones. Daba saltitos sobre una pierna mientras intentaba sacar el pie por la pernera de sus bombachos. Ya al descubierto sus flácidas carnes se abalanzó sobre su esposa sin percatarse de la sombra que se deslizó a través de un pasadizo secreto.
Alí Bajá Abnur era otro de los nobles que se disputaban el poder. Daga en mano se acercó despacio hasta Al faluk, muy distraído este babeando sobre el cuerpo de la reina para percatarse de la presencia de su enemigo. Lo degolló como se degolla a los cerdos, de un profundo tajo de oreja a oreja.
- Yo he cumplido lo acordado, ahora os toca a vos.
- Cumpliré, no temáis. Pasado el luto vos seréis el nuevo rey.
Alí sonrió complacido dejando al descubierto unas encías huérfanas de dientes.
- No lo olvidéis.
- No lo haré, ahora debéis de escapar por el pasadizo. Nadie ha de relacionaros con el crimen, culparemos a alguno de nuestros enemigos comunes.
Obedeció satisfecho, más no habiendo recorrido apenas más que unos pocos metros de las catacumbas bajo el palacio, Mohamed Halad Sari lo apuñaló por la espalda. Había esperado a Alí Baja escondido en los túneles. Tal como le había asegurado la reina, sorprendió a su enemigo portando el arma con la que había asesinado al rey. Ya se veía en el trono, respetado por haber sido quien había descubierto la criminal conjura.
Tal cual salió de las alcantarillas, Shalamar Ihm Hasan le abrió la cabeza con una enorme piedra y, por último, la guardia real abatió al cuarto en discordia mientras intentaba huir.
Todos sus más peligrosos enemigos habían muerto la misma noche y nadie podría culpar a la reina, que veía así parte de su venganza cumplida. Lejos de alegrarse por la muerte de los asesinos de Neakail, El corazón de Lila continuaba estando lleno de odio.

A la mañana siguiente mandó llamar a los hombres más ricos e influyentes, les dió el plazo máximo de un mes para presentarse ante ella. Los emisarios partieron con la orden hacia todos las ciudades y pueblos del reino. Tal como comparecian mandaba empalar a aquellos que robaban el agua. Colgó a los que engordaban mediante la usura beneficiándose de la desgracia ajena. Decapitó a los que habían abusado de su rango para enriquecerse.
No tardó en correr la voz y dejaron de llegar a palacio los parásitos. Los declaró prófugos.
Por bien que se escondieran, por muy lejos que huyeran, la reina siempre conseguía dar con ellos. Los traían a rastras los guardias , llorando y suplicando por sus vidas, más la regente no mostró misericordia con ninguno de ellos.
El agua regresó a los campos y ciudades y el hambre dejó de ser una sombra amenazante. El pueblo, no obstante, no era felíz. La crueldad de su reina, que la misma pena aplicaba al vulgar ratero que al asesino, inspiraba un terror profundo en las gentes.
Tampoco su comportamiento era digno de alabanza, todas las noches pasaban hombres diferentes por su alcoba y no siempre de uno en uno.
En menos de un año desmanteló cinco complots de asesinato y otros tantos de golpe de estado. El suplicio al que sometió a los conjurados les quitó las ganas de intentarlo a futuros conspiradores. Incluso se anticipó al intento de invasión de un emirato vecino infringiendo al ejército enemigo una ominosa derrota.
Nadie entendía como podía la reina estar tan bien informada de lo que pasaba dentro y fuera del reino, cuando ella apenas salía nunca de su jardín. Aunque todos lo pensaban, ninguno se atrevía a acusarla en voz alta de ser una bruja. ¿Cómo podían imaginar, que allí donde había una flor, la reina tenía ojos y oídos?
Ella misma se encargaba de cuidar el jardín y no dejaba entrar a nadie. Pasaba los días y las noches recluida en su pequeño mausoleo, pues eso era el jardín, la tumba donde descansaban los restos del hombre al que había querido como a un padre, donde reposaba el joven al que amó más que a su propia vida. De rodillas ante las tumbas de Carlton y Neakail les hablaba durante horas.
- Me llaman "la reina puta". Todos me odian más no me importa, también yo los detesto a ellos. ¡A todos ellos!

Ben Amin Yusuf caminaba por el zoco de Damasco meditabundo, preocupado por las inquietantes noticias que le llegaban sobre su nieta. Había intentado ponerse en contacto con ella en innumerables ocasiones, ninguna de sus cartas obtuvo respuesta. Sus contactos en el pequeño y lejano estado le informaban de forma periódica. Por ellos sabía que su nieta no corría peligro y que había recuperado la estabilidad del reino, más también de sus atrocidades. La recordaba como la jovencita de 18 años de su última visita y se negaba a creer que aquella chiquilla inocente pudiera haberse convertido en el monstruo que describían sus informadores.
Pasó junto a unos infantes que jugaban despreocupados, uno de ellos perseguía al resto caminando de forma grotesca y gesticulando como si pretendiera imitar a una bestia inmunda. Los otros lo evitaban divertidos al tiempo que cantaba a coro.

"En el jardín de la reina el verdugo no descansa y las flores bailan danzas macabras.
En el jardín de la reina abunda el veneno y florecen las malvas sobre los muertos.
En el jardín de la reina lo mismo te empalan que te cortan la cabeza.
Lo mismo te rajan, que te sumergen en agua hirviendo.
En el jardín de la reina te arrancan el pellejo y se lo dan de comer a los perros.
Si te dicen de ir, no vayas, que ahí es donde mora la reina loca.
Allí vive sola, ahí es donde llora.
En el jardín de la reina no hay jardinero, lo cuida el fantasma del extranjero."

Se le hizo un nudo en el estómago, aquella tonadilla se había hecho muy popular y no solo entre las criaturas. Las madres asustaban a sus hijos con historias sobre "la reina puta" cuando estos se portaban mal.
"Si no te acabas la comida vendrá la "reina puta y te llevará con ella". "Si no te portas como es debido "la reina puta" te arrastrará a su jardín mientras duermes".
No pudiendo soportar por más tiempo la situación pidió audiencia con el sultán que lo recibió enseguida. Expuestos sus ruegos de regresar junto a su nieta durante un tiempo para comprobar por si mismo lo que había de cierto en todas aquellas infamias, le respondió el sultán con tono muy serio.
- Comparto vuestra preocupación amigo mio. También a mis oídos han llegado las iniquidades que dicen ha perpetrado vuestra nieta. De tan terribles, me negué a creer que alguien de vuestra sangre fuese capaz de cometer tamañas atrocidades. Siento de antemano el daño que mis palabras os van a infligir, que vos para mí sois un amigo y no un consejero y es por ello que no os puedo mentir. Lo que cuentan de ella es cierto y la credibilidad de mis informadores es del todo incuestionable.
Sé que vuestra nieta no responde a vuestras misivas, cómo también sé que pasa la mayor parte de su tiempo en el jardín de palacio sin recibir a nadie. Ella os necesita a su lado, necesita de los sabios consejos con los que siempre me habéis ayudado a mi. Me encargaré de que vuestro viaje no sea en vano, de que una vez allí os deba recibir aunque no quiera. He pensado en nombraros embajador, de esta manera no podrá negaros audiencia.
- Pero mi señor, como embajador no podré atender a mis responsabilidades en Damasco.
- Os dispenso de ellas, hay muchas formas de servir a la ciudad y al reino. De seguir vuestra nieta por el mismo camino, el conflicto será inevitable y la inestabilidad traspasará las fronteras de ese pequeño estado. Eso es algo que no debemos permitir. ¿No es asi amigo mio?
Agradecido, Ben Amin recogió sus credenciales, se despidió de su familia y partió de inmediato.

El viaje hasta el lejano reino era peligroso y agotador. Ben Amin era un hombre anciano y atravesar el desierto se le hizo especialmente duro. Cuando por fin la caravana se adentró en el territorio de su nieta pensó que lo primero que haría cuando llegasen a la capital, sería comerse un cordero entero acompañado de una gran jarra de agua fresca.
Perdió el apetito cuando pasaron por un camino bordeado por ajusticiados. Dos hileras con decenas de cuerpos a cada lado fue su macabro recibimiento. Empalados todos ellos, algunos también descuartizados. Moscas y aves se daban un festín con los despojos, el hedor era insoportable.
- ¡Regresemos! - Imploraron muchos. Regresar no era opción, debían reabastecerse y dar de beber a los camellos si querían volver al desierto. No les quedó más remedio que seguir junto al embajador.

Las grandes puertas de la ciudad se abrieron para ellos y la comitiva se separó. Los caravaneros por un lado buscaron donde descansar y los diplomáticos, custodiados por algunos escoltas, continuaron su camino hacia palacio. Las calles estaban limpias y los edificios cuidados, a las gentes se las veía bien alimentadas y vestían con pulcritud, no vieron a ningún mendigo. Parecía una ciudad próspera, más el semblante de sus habitantes era sombrío.
Pasaron por un mercado, le llamó la atención al embajador la escasez de guardias vigilando. - Los zocos son el hábitat natural de rateros y maleantes. - Pensó Ben Alí. Comerciantes y clientes regateaban sin que parecieran preocupados por que alguna mano malintencionada les afanase bolsa o mercancías. El mercado carecía del bullicio provocado por los charlatanes y las riñas, reinaba una tranquilidad nada propia de un lugar en el que se reune tanta gente.
Miró a su alrededor, en todos los balcones habían tiestos con flores y pequeños jardines ornamentaban cada rincón de la ciudad.
No pudo Ben Alí contener su curiosidad y preguntó al primero con quien se cruzó.
- ¿Estáis de celebración?
El mozalbete se detuvo, sorprendido.
- No señor. ¿Por qué lo preguntáis?
- Las calles están engalanadas de flores.
- Es por orden de la reina. - Respondió el muchacho con algo de desconfianza. - Todo el mundo ha de tener flores en su casa.
Aquel era un mandato del todo inusual que no hizo más que acentuar su perplejidad. ¿Era posible que alguien que mostraba tal sensibilidad por las flores, fuese a la par capaz de las mayores atrocidades?
En estas cavilaciones continuó cabizbajo el camino hacia palacio.

La reina lo recibió en la gran sala del trono ataviada con unos ropajes impropios de una regente. Era el atuendo de un jardinero y estaba sucio. Lucía las uñas negras por la tierra que se había colado bajo ellas y en el pelo enmarañado podían verse hojas y algunas pequeñas ramitas. Era claro que acababa de llegar de su jardín sin preocuparse por adecentarse para la entrega de credenciales.
- Acabemos con esto, dame esos legajos. Así podrás comenzar a espiar sin más demora.
- ¿Es lo que su excelencia piensa? ¿Que mi presencia se debe a tan feo proceder?
- ¿Que es un embajador si no un espía?
- Ante todo soy vuestro abuelo.
- No merece ese título quien ha hecho de la ausencia su único mérito.
- Estáis en lo cierto y quisiera enmendar mi error.
- No os necesito a mi lado, no os necesité en el pasado y tampoco ahora. - La reina ordenó a un capitán que acompañase al embajador y a su séquito a su nueva casa.
- La embajada es un buen edificio, más no olvidéis adornarlo con flores. Las flores embellecen el lugar más sombrío. ¿Qué hay más sombrío que la burocracia?
Ben Alí hizo una reverencia y se retiró sin insistir. "La paciencia es la maestra de la diplomacia." Se dijo a si mismo sin demasiada convicción. Llevaba tiempo más que suficiente en política para saber que no le faltaba razón a su nieta. Que un embajador no es más que un conspirador en la sombra, que la diplomacia se aguanta sobre los pilares de la hipocresía.

Pasaron los días, los meses y las estaciones y no supo Ben Alí de un modo para acercarse a su nieta. Tampoco obtuvo mucho éxito al recabar información, todos a quienes preguntaba evitaban el tema. Unos esquivaban responder desviándose por todo tipo de derroteros, otros simplemente enmudecían a la sola mención de la reina. Nunca se le hubiera ocurrido imaginar que la paz pudiera llegar a ser tan incómoda. Las gentes sentían tanto terror que no se atrevían siquiera a discutir entre ellos. Nadie osaba hurtar una moneda, la reina lo sabía todo y a todos castigaba del mismo modo fuese cual fuese su delito.
Estando dormido tuvo un extraño sueño, en él aparecía un jardín que se perdía en el infinito. Paseaba cruzándose con todo  tipo de extrañas flores, cada una más bella que la anterior. El sol lucía espléndido sobre un cielo despejado. Sabía que no era real, que estaba sumido en el letargo, más con todo sentía una fresca y húmeda brisa en la piel. La mezcla de aromas se fusionaba en una fragancia sublime que el mejor olfato del mejor de los perfumistas hubiera sido incapaz de imaginar. Llegó a un gran claro, en el centro había una enorme roca de la que manaba un manantial de aguas cristalinas. Un hombre cuidaba del jardín, regaba unas margaritas con la mayor de las delicadezas.
- ¿Estoy en el cielo?
El jardinero le sonrió. Era un hombre no demasiado viejo de tez pálida y cabellos dorados. - Perdonad que me haya colado en vuestros sueños, pero es la única forma de que ella no nos escuche.
- ¿Ella?
- Sabéis perfectamente a quien me refiero. - El hombre acarició las flores con mimo antes de dejarlas atrás para acercarse a Ben Alí.
- ¿Quién sois vos?
- Soy un sueño, también eso lo sabéis.
- ¿Y de qué queréis hablar? ¿Qué es eso tan importante que hay que mantenerlo en secreto?
- Ella perdió algo y has de recuperarlo si quieres salvarla.
El anciano se olvidó de que estaba soñando y le preguntó excitado. - ¿Que debo encontrar para recuperarla?
- Una flor.
- ¡No me hagáis esto, hay millones de flores repartidas por el mundo! Os ruego que concretéis más.
- Sabréis reconocerla cuando la encontréis, no hay otra más hermosa.
- ¿Dónde he de buscar? ¡Decidme eso al menos!
El rostro del jardinero se ensombreció y sus palabras sonaron tristes y melancólicas.
- La tienen los muertos.
- No os entiendo. Eso no tiene ningún sentido.
- Mi hijo se la llevó con él y no sabe cómo devolverla.
- ¡Por Alá, creador de todas las cosas! ¡Quién sois vos, quien es vuestro hijo?
- Un último apunte. - Dijo el hombre de pelo rubio haciendo caso omiso de los ruegos del anciano. - Evitad las flores, deshaceros de todas las que tengáis cerca.

Ben Alí se despertó empapado en sudor.
Poco se puede sacar de los sueños. - Se dijo a si mismo Ben Alí. - No son más que incongruencias del subconsciente. - Si, incongruencias inconexas la mayor de las veces, más aquel (de tan real) no carecía de sentido. Acababa de tener una idea, una idea que valía la pena intentar.
Esperó impaciente que llegara la mañana, se vistió con prisas y salió en dirección al palacio sin haber probado bocado. En palacio debía de haber algún botánico que lo iluminase en el camino a seguir.

- La vida está llena de ironías. Un botánico se desposa con quién no es capaz de estar cerca de una planta sin ponerse enferma. - Una mujer ya anciana les sirvió un té. Besó en la frente con ternura a su marido y se sentó junto a los dos hombres. - Eso no supuso un gran problema hasta que su majestad decretó que todos en el reino debían de adornar sus casas con flores. - Omar había sido el botánico de la corte desde que el anterior rey llegó al trono. - No tuve más remedio que renunciar a mi trabajo y retirarme a este lugar inhóspito en mitad de la nada.
- ¿No teméis un castigo de la reina por no obedecer sus dictados? - No fue ajeno Ben Alí a la ausencia de plantas tanto dentro como en los aledaños de la casa, una choza de adobe muy humilde.
- Ya somos muy viejos, solo puede privarnos de estar juntos un tiempo no demasiado largo. Mi Shorai se ahogaba en la ciudad, sus manos y tobillos se hinchaban y no podía dejar de estornudar. - Ambos ancianos se sonrieron. - Ella no hubiera podido aguantar y yo no soy capaz de vivir sin ella. De todas formas... ¿Que interés puede tener la reina en dos ancianos?
- Todos dicen que es implacable, que la más pequeña infracción la castiga con la muerte.
- Y es cierto, ese es otro de los motivos por el que nos hemos refugiado aquí, lejos de la ciudad. Ya no pudimos soportar más asistir a aquellas horribles ejecuciones.
- ¿Y aún así aseguráis no tener miedo?
- Claro que lo tengo, solo digo que prefiero morir junto a mi esposa a sobrevivirla.
- Vos, como experto en flora, debiste de tener mucho trato con la reina.
- En todos mis años de servicio en palacio, no la habré visto en más de una docena de ocasiones.
- Pero vos erais el botánico real y la reina está obsesionada con las flores. ¿Nunca os pedía consejo?
- Solo era una chiquilla solitaria que encontró en el jardín su refugio. El extranjero, y luego el hijo de este, eran quienes se ocupaban de todo. Si alguna vez trataron conmigo fue para que les consiguiera algunas semillas.
A la mente de Ben Alí llegó el eco de la canción de los chiquillos en el zoco. "En el jardín de la reina no hay jardinero, lo cuida el fantasma del extranjero."
- Es ese el tema que me ha conducido hasta aquí. Busco una flor, una lo suficientemente especial como para que la reina se sienta atraída por ella.
- Oh, podéis creerme si os digo que no hay semilla que no hayamos traído ya. Quizás al otro lado del Pacifico, en esas tierras que llaman " el Nuevo Mundo" las haya aun por descubrir.
Ben Alí estaba decepcionado. No poseía capital para sufragar una expedición a tierras tan lejanas y, de tenerlo, tardarían meses en regresar con una mercancía que nadie podía asegurar que sirviera de algo. Su plan se había quedado en "agua de borrajas". Ya que había hecho el viaje, quizás podría sonsacar a la pareja de ancianos alguna otra información útil.
- Habladme de ese extranjero.
- Me pareció un buen hombre. Llegó desde el otro lado del mar acompañado de su hijo, de las tierras al norte de Europa. El rey le encomendó crear un jardín para su futura esposa, vuestra hija. - El embajador se sumió en las sombras de la tristeza. Siempre tan ocupado en sus funciones de consejero del Sultán, que incluso se perdió la boda de su única hija.
Omar advirtió la palidez de su contertulio.
- ¿Os encontráis mal?
- No os preocupéis, los recuerdos se han agolpado en mi cabeza. Se me pasará enseguida.
- Nosotros no hemos tenido hijos, no podemos imaginar siquiera el dolor de vuestra pérdida. Todos querían a la anterior reina, una mujer de una inteligencia y una belleza fuera de lo común, pero eso vos ya lo sabéis. - Omar entendió que estaba haciendo daño a su invitado, intentó proseguir con todo el tacto que le fuese posible. - El extranjero hizo un trabajo excelente, el rey estaba satisfecho, sería su gran sorpresa para cuando la reina diera a luz pero... - Sintió Ben Alí una punzada en el pecho, cerró los ojos y una lágrima se deslizó por su mejilla. - ...¿Deseáis que continúe?
- Os lo ruego.
- La reina no llegó a ver el jardín. - El matrimonio de ancianos también se apesadumbró al recordar el trágico episodio.
- Estoy bien, no os detengáis.
- ¿Estáis seguro?
- ¿Qué pasó con el jardinero? ¿Qué sentido tenía conservar el jardín?
- El rey no volvió a visitarlo, pero imagino que lo mantuvo como homenaje a vuestra hija. Desconozco a que edad fue la primera vez que vuestra nieta lo visitó. Debía de ser muy pequeña, pero desde entonces que no dejó de hacerlo y cada vez con más frecuencia. Murió el rey y no mucho después el jardinero. La, ya reina, pareció afligirse más por la pérdida de este que por la de su padre. Su hijo se hizo cargo del jardín y la actual reina siguió visitandolo sin faltar a la cita un solo día.
- ¿Cómo era?
- ¿El hijo del jardinero?
Ben Alí asintió con la cabeza. - Era un buen muchacho, poco mayor que vuestra nieta, un tanto inocente pero eso no es de extrañar.
- ¿Porqué decís eso?
- El joven se crió y creció en el jardín, no sabía nada del mundo ni de aquellos que lo habitan. A mi modo de entender era un alma demasiado cándida.
- ¿Porqué habláis de él en pasado? ¿También murió?
- Nadie lo sabe, un día desapareció sin más... ¡Pluf! Como si se lo hubiera tragado la tierra.
- Alguién debe saber de él, me sería de gran ayuda poder hablar con ese joven.
Omar se encogió de hombros. - En eso no os puedo ser de ninguna ayuda.
- Por favor Omar, este buen señor merece saberlo. - Sharai le soltó una buena reprimenda a su marido.
- ¡Calla mujer! Eso no son más que iniquidades que en nada han de ayudar a nuestro invitado.
- ¿De que habla, que me estáis ocultando?
- No la toméis en serio, vos sabéis cuán de insidioso puede ser el populacho y lo dado que és a los rumores injuriosos.
- ¿Rumores? No me vengas con esas. ¡Si era un secreto a voces!
- ¡Te he mandado callar, mujer!
- No he de callarme, a buen seguro que este noble señor. ya sabe.. y que Alá me perdone, como es conocida la reina desde aquel tiempo.
- Esconde en su funda esa daga envenenada que tienes por lengua, no solo hablas de nuestra reina, también de su nieta.
Ben Alí interrumpió la disputa. Sus palabras fueron sosegadas pese a la afrenta, que imaginó no era mal intencionada. - Sé como la llaman y os agradeceré que no me lo recordéis. Dejad que vuestra esposa prosiga.
- Vuestra nieta fornicaba con el joven jardinero. - ¡Hala, ya lo he dicho!
Ben Alí se levantó de la silla indignado y tuvo que contenerse mucho para no golpear a la anciana.
- ¡Por Dios Shalai, tienes la delicadeza de un camello!
- Basta! - Gritó el embajador. - Solo el respeto por la hospitalidad que me habéis brindado me impide  daros muerte ahora mismo. No porque así habláis de mi nieta... es a vuestra reina a la que ultrajáis con tan despreciables difamaciones.
- No la hagáis caso. Son habladurías y ya sabéis vos cuanto gozan las mujeres con este tipo de chismorreos. Debéis de disculparla, yo me encargaré de castigarla por su intolerable conducta.
- ¿¡Tú vas a hacer qué..!? ¡No tendrás valor de ponerme un dedo encima!
Parece que la entrañable pareja de viejecitos no estaba tan bien avenida como le quisieron dar a entender en un principio. Prefirió retirarse y no esperar a que arreciara la tormenta. Allí los dejó discutiendo a voz en grito.
Estaba dolido, terriblemente afectado por lo que le había revelado la anciana. No se podía sacar de la cabeza la cancioncilla de los chiquillos. "En el jardín de la reina no hay jardinero, lo cuida el fantasma del extranjero." ¿A quien se referían, al padre o al hijo? Fuera lo esperaban los escoltas que la reina había puesto a su servicio. No fiaba en ellos, era claro que estaban ahí para vigilarlo y no por salvaguardar a su persona. En cuanto lo dejasen en la embajada irían con el cuento a la reina. Aunque abandonó al botánico y a su esposa colérico, una vez que se tranquilizó deseó de corazón no haberles causado ningún problema con su visita.
Una vez en la embajada se encerró en sus aposentos y dio recado a los criados de que nadie lo molestase. Debía averiguar toda la verdad sobre el jardín, saber que había de cierto y que de injuria en toda aquella historia. Debía escucharlo de labios de su nieta, más nunca lo recibía, siquiera para asuntos oficiales.
El jardinero le habló de una flor. Le dijo que se la llevaron los muertos, que estaba en poder de su hijo y que este no sabía cómo devolvérsela a la reina. ¿De verdad se estaba tomando en serio un sueño? Antes de aquella noche nada sabía de quienes habían cuidado del jardín de la reina. ¿Como pudo el subconsciente crear algo de lo que no tenía constancia? - Toda esta situación me supera, ahora incluso me planteo la existencia de fantasmas. - Pensó en darse por vencido y regresar a Damasco antes de perder el juicio por completo. Su nieta lo necesitaba, no daría su brazo a torcer. Algo tuvo que ocurrir, algo terrible para que la reina pasara de ser una joven inocente a convertirse en la mujer cruel y despiadada que era ahora.
Al día siguiente salió muy temprano del edificio oficial, estaba pletórico de optimismo. ¡La reina requería su presencia por fin! No desperdiciaría aquella oportunidad. Su decepción no solo fue mayúscula también dolorosa. En la misma sala del trono azotaron a Sharai delante de su esposo. No fueron necesarios muchos latigazos para que la anciana abandonara entre aullidos el mundo de los vivos. Omar fue el siguiente, aceptó su destino sin suplicar y mientras el látigo le rasgaba las carnes no dejó en ningún instante de mirar el cuerpo inerte de su mujer. La reina asistió a la ejecución sin pestañear, con una gélida indiferencia.
Ben Alí intentó interceder por los reos, los guardias le cortaron el paso al querer acercarse. Solo cuando ambos ancianos dejaron de existir permitieron que se aproximara.
- ¿Porqué, que hicieron ellos para merecer tan cruel castigo?
- Desobedecieron a su reina.
- ¿Solo me llamaste para ser testigo de esta infamia?
- Cuidad vuestra lengua, vos no sois mi súbdito y estáis bajo la protección del sultán de Damasco, más ni él os podrá proteger si volvéis a conspirar en mi contra. No toleraré que os inmiscuyáis en asuntos que no os conciernen. ¿Lo habéis entendido?
Ben Alí hizo una reverencia y se retiró, la guardia de palacio lo escoltó hasta la embajada.
Estaba destrozado, se sentía culpable por la muerte del botánico y su esposa.
Necesitó de tres semanas para organizar la caravana de regreso a Damasco.

El jardín se estaba secando, solo quedaba maleza. Las belladonas crecían sin control en todos los rincones. La hiedra venenosa estrangulaba a robles y pinos y de sus troncos muertos brotaban amanitas, clytocibes y morchella. Dónde antes habían moras ahora solo crecía el manzanillo, dónde margaritas y rosas... la higuerilla y la adelfa.
Lila arrancó un pequeño pedazo de musgo. Había sido suficiente un poco entre las rendijas de la choza del botánico, para que sus esporas la pusieran al corriente de la visita de Ben Alí. Una babosa se arrastraba entre sus dedos. La reina estaba ausente, tan ensimismada que no reparó en el insistente golpear de la aldaba. No reaccionó cuando los soldados echaron la puerta abajo.
Ni oficiales ni tropa fueron indiferentes al tétrico decorado que los rodeaba, paralizados en un principio ante la visión de aquella abominación que tiempo atrás había sido un paraíso en la tierra. Los tejos eran tan altos y frondosos que ocultaban la luz del sol, las lluvias de oro ocultaban tras sus hermosas hojas su condición ponzoñosa y las semillas del ricino se desperdigaban bajo un manto de malas hierbas.
La reina estaba al corriente de aquella nueva insurrección, como también de que ya no contaba con ningún apoyo para hacerla frente. Se limitó a esperar que los soldados la rodearan.
Se la llevaron presa, un grupo de hombres se quedó rezagado. Prendieron teas y antorchas con las que incineraron el jardín. La humareda era tan toxica que en pocos minutos los mató a todos.
Aquel fue el último crimen del que acusaron a la reina depuesta.

Ben Alí corrió a palacio en cuanto tuvo noticia. Por más que intentó valer su condición de embajador le negaron bajar a las mazmorras para visitar a su nieta. Le gritaba al capitán al mando de la guardia. - ¿Quienes son los artífices de esta infamia? ¡Exijo hablar con ellos! El sultán de Damasco tendrá noticias de esta insubordinación. ¡Nadie está por encima de su rey, nadie tiene el derecho de reclamarle rendir cuentas!
- ¡ Estúpido viejo! - El oficial le golpeó con el puño de su alfanje, Ben Alí cayó al suelo con una brecha en la ceja izquierda. -  El Sultán está al corriente. ¿Quién creés que está detrás de todo?
El incrédulo anciano no pudo más que balbucear. - ...Mientes.
- ¡Largo de aquí carcamal si no quieres que tambien te encierre!
No podía dar crédito, quien creía su amigo se había valido de él para hacerse con las tierras de su nieta. Aquella traición no era propia del sultán, sin duda el soldado le mentía. Al ver pasar una compañía ataviada con los colores de Damasco cayó en la cuenta del error que había cometido al confiar en el sultán.

La ejecución de la reina se había fijado para dos semanas más tarde. En ese tiempo, Ben Alí intentó en vano ponerse en contacto con Damasco. Mandó palomas con mensajes implorando clemencia para su nieta, no llegó ninguna respuesta. Tampoco le dejaron hablar con ella por mas que les suplicó a los guardias.
Desde la ventana de la embajada tenía una vista privilegiada de la plaza mayor de la ciudad. La estaban engalanando como si hubieran de celebrar una gran fiesta y en el centro acumulaban leña para una enorme pira.
- La van a quemar como a una bruja. - Se lamentó el anciano.
Sin saber qué más hacer por ver a su nieta, reunió todo el oro que le quedaba y regresó a palacio en la intención de sobornar a los guardias que la vigilaban.
Las mazmorras no distaban mucho de dónde había estado el jardín. ¿Qué tenía aquel lugar que enloqueció a su pequeña? Sintió el impulso de visitarlo.
Solo quedaban escombros de los muros que lo cobijaban y en el interior ceniza y los restos carbonizados de algunos árboles. Tuvo que protegerse la boca con un pañuelo, el aire (aun después de 14 días) seguía enrarecido. Lo habían quemado a conciencia, con cada paso que daba la ceniza se levantaba formando una pequeña neblina que lo asfixiaba. Pensó, que de haber alguna respuesta, se habría quemado con todo lo demás. Estaba perdiendo un tiempo precioso.
A punto de marchar, le llamó la atención una pequeña mancha blanca en mitad de lo que debió de ser un claro. Al acercarse distinguió que se trataba de una flor. Aun estando cubiertas de ceniza, pudo advertir dos tumbas y sobre una de ellas había brotado una margarita. La extrajo de la tierra con sumo cuidado para no dañar las raíces de la planta y se la llevó consigo.

El guardia contaba las monedas mientras que su compañero no le quitaba el ojo de encima.
- ¿A cuanto tocamos?
- Hay suficiente para ambos.
- ¿Pero cuanto? - El segundo de los soldados cometió el error de acercarse demasiado al primero, mucho más grande.
- ¡Aparta, imbécil! Ya te he dicho que es más que suficiente para los dos.
El tipo obedeció refunfuñando. Vio la oportunidad de desquitarse arremetiendo contra el anciano.
- ¿Qué es eso que llevas ahí?
- No es más que un presente para la condenada, solo una pequeña flor.
-¡Nada de flores! - Le increpó. - Bastante hemos pasado por culpa de ellas.
- ¿Vais a negarle a este pobre viejo el ver por últim vez a su nieta, solo porque a usía no le gustan las flores?
- ¡He dicho que nada de flores! - Intentó arrebatarsela de las manos pero el anciano consiguió zafarse. De la manga de su camisa apareció una nueva bolsa como por arte de magia. Había guardado unas monedas por si se daba la necesidad de sobornar a alguien más. Se la arrojó al carcelero sin disimular su desprecio. La impaciencia de aquel individuo casi hace que se le cayesen al suelo.
- ¡Trae acá! - Su compañero le arrebató la bolsa y de un puntapié lo mandó a besar el suelo. Se enfrascaron en una riña. La puerta a los calabozos ya estaba abierta. Ben Alí no desaprovechó la oportunidad, los dejó discutiendo y peleando.
La buscó por todas las celdas hasta hallarla en la más oscura y apartada. Comprobó la puerta, la madera era gruesa y sólida, sin la llave sería imposible entrar. Le habló a través de los barrotes de la pequeña ventana.
- Lila, soy yo, Ben Alí. - La joven estaba acurrucada en una esquina. Sucia y vestida con harapos, incluso con tan poca luz pudo distinguir las marcas en su piel. - Mi pobre chiquilla. ¡Esos salvajes te han torturado! ¿Por qué no me hablas? Te juro que yo no he tenido nada que ver en esto.
Lo intentó por todos los medios, más no consiguió ninguna respuesta. Ya sin más argumentos se dejó llevar por el dolor y la tristeza.
- Los sueños no solo son caprichos del subconsciente, ahora lo entiendo. Pueden ser ilusiones, anhelos, pesadillas cuando no son correspondidos. Soñamos con una vida mejor, con que nos sonría la fortuna... con el amor. Soñamos despiertos, soñamos que estamos dormidos junto al ser querido, soñamos la muerte en su ausencia. Pasamos la vida soñando despiertos y caminamos sonámbulos, descalzos sobre los vidrios de de la decepción.
Lo entendí al ver las dos tumbas en el jardín pero no quise admitirlo.
Tengo algo para tí. - Acercó la margarita a los barrotes. - Él me pidió que te la devolviera. No es la flor más hermosa, tampoco su fragancia es la más exquisita. Es solo una margarita, la más humilde entre todas las flores, lo mismo que fue en vida vuestro jardinero.
Lila se levantó del suelo y se aproximó tambaleándose, los ojos inundados en lágrimas. Cogió entre sus manos la flor.
- ¿Qué mal hizo él por quererme? ¿Qué le importaba a nadie si yo lo amaba?
Ben Alí no pudo contener el llanto. - Perdonadme  por no haber sabido verlo, por no haber estado a vuestro lado para protegeros a ambos. Perdonad que también yo pequé de miserable en mis prejuicios.
- Él se llevó mi corazón para que no sufriera su ausencia.
- Él os lo devuelve para que volváis a vivir.
Lila buscó con las suyas las manos de su abuelo.
- No lloréis por mi, merezco el castigo que me aguarda.
No pudo Ben Alí sostenerle la mirada, se quebró en sollozos.
- Perdonadme, perdonad a este estúpido viejo.
- Perdonadme vos a mi, ya que no espero el perdón de ningún otro.

Llegaron los soldados y se la llevaron a rastras. No permitieron que Ben Alí los acompañara en el camino al cadalso. El anciano estaba seguro de que su nieta no se había llevado la margarita consigo. La buscó por toda la celda sin encontrarla.
- El jardinero tenía razón. - Se dijo entre llantos. - No hay flor más hermosa que el corazón.

El suyo no hubiera sido capaz de soportar la ejecución. La caravana estaba lista para partir.
- ¿Volvemos a Damasco? - Preguntó el guía.
Ben Alí asintió, en Damasco lo esperaba su esposa con la que pasaría sus últimos días lejos de la corte y del sultán.


                                                                                                      Fin.

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