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  Solo cuatro mesas en fila, situadas junto a la cristalera y dos butacas para cada una de ellas. El bar era muy del gusto americano, incluso la camarera vestía de uniforme, con su correspondiente gorrito y su nombre escrito en una placa muy cerca de la solapa izquierda. Apenas una docena de clientes, todos ellos bastante jóvenes. La mayoría tomaban su café en la barra. Un grupo de tres, todos hombres, hablaban de forma distendida sobre la serie de moda junto a dos chicas a las que, pese a ser muy guapas, no prestaban ninguna atención. Tampoco había nada especial en el resto de parroquianos, salvo en la única pareja que se sentaba, uno frente al otro, en una mesa. Él era moreno, de unos treinta años. Tenía el pelo muy poblado con unas ligeras ondulaciones. Ojos grandes y oscuros, resguardados tras unos lentes sin montura. Nariz bien perfilada y labios un poco estrechos que no dejaban de sonreír. Su parte inferior, a partir de la cintura, quedaba oculta detrás de la mesa. Una americana

De doncellas, putas y demonios.

No por beata que pasaba todos los días por la iglesia, menos por confesar sus pecados (tantos y tan variados) que alargar la mano y hurtar un cirio en un descuido del prelado, apenas añadiría peso al saco de sus transgresiones. No los necesitan los santos, ellos disponen de la luz divina para caminar en la otra vida mientras que ella, en esta mundana y miserable, ni de un candil contaba para alumbrarse. Hogar podría llamarse aquella cueva, por disponer de paredes y un techo, de goteras, un brasero oxidado y de una cama en la que cohabitaban piojos con chinches, polillas con la carcoma y las pulgas campaban como Pedro por su casa. Por si fueran pocos los parásitos, también contaba con un casero roñoso y avaro. Sin falta, aparecería por la mañana para reclamar el pago por aquel cuchitril inmundo. Mucho hacía que rehusaba de cobrarse en "carne",  así que no la quedaba más remedio que salir a buscarse en aquella noche de perros, (no ya el sustento, que sus tripas se habían aco