Belleza interior,


Belleza interior.

Algunas personas no se dejan impresionar por los estereotipos y los cánones pre establecidos por las modas del momento. El atractivo no es mas que la fachada, el escaparate con el que nos presentamos a los ojos de los demás. Pero Jack era capaz de ver mucho mas allá del envoltorio y no se dejaba impresionar por el papel de embalar adornado con bonitos lazos, si el interior no albergaba algo más que superficialidad anodina.
Por diferentes motivos ambos necesitaban compañía y el destino quiso que Jack y Catherine se encontraran. 
Él, un distinguido caballero de finos modales, inteligente, elegante y educado. Ella, por el contrario, era vulgar, de una extracción social baja y una educación recibida en la calle. Pero eso a Jack no le importaba. 
Desde que sus ojos se cruzaron con los de ella, sabía que aquella mujer sucia y menuda a la que la vida había maltratado, tenía mucho que darle, mucho que compartir. 
Pasearon hasta bien entrada la madrugada, hablando de todo y nada. Jack estaba fascinado por espontaneidad de ella, por aquella mezcla de ingenuidad y malicia tan propias del pueblo llano.
Pasaron la noche juntos, aún no había amanecido cuando Jack recogía sus cosas y las guardaba con cuidado en su pequeño maletín. Se giró, Catherine continuaba tumbada en la cama y lo miraba con sus enormes ojos en los que se había grabado una pregunta. ¿Por qué? 
Sobre el lecho se esparcía sanguinolenta toda su belleza interior. Jack atravesó la puerta y abandonó sin prisas la pequeña buhardilla en la que había compartido su pasión, en donde Catherine le había mostrado su alma, su yo más oculto.
Hay personas que ven mucho más allá de la superficialidad y Jack es uno de esos pocos.



Un itinerario alternativo.

No se veía un alma por la calle. Había empleado más tiempo de la cuenta en arreglarse y ahora la tocaba correr. Para ahorrarse unos minutos del trayecto, eligió una ruta diferente a la habitual, más rápida, sí, pero solitaria y mal iluminada.
Las cinco y media pasadas de la madrugada, se maldijo a si misma por su estupidez. Levantarse con más de una hora y media de anticipación para ducharse y maquillarse. Salió de casa hecha un pincel , y todo eso solo para que el jefe de la sección de perecederos se fijase en ella. Se ha de ser muy idiota, pensó, si lo primero que haría al llegar, sería ponerse el feo uniforme con su delantal y su gorro de plástico ocultando el pelo que tanto le había costado peinar.
Tan enfrascada estaba en sus meditaciones que no reparó en las dos figuras que doblaron la esquina unos pocos metros enfrente de ella. Tan solo una destartalada farola alumbraba toda la calle con una luz mortecina, y estaba justo a medio camino entre la muchacha y los dos transeúntes. El sonido de sus tacones al andar era lo único audible en la callejuela, “tac,tac,tac”.
Poco a poco la distancia con la farola era menor, entonces un extraño sonido la alertó, se fijó en las dos figuras que se acercaban muy lentamente. Se movían de forma extraña , uno se tambaleaba de lado con la cabeza agachada , arqueando el torso y con los brazos colgando hacia adelante, mientras que el segundo se inclinaba hacia la derecha, dando la impresión de que perdería el equilibrio en cualquier momento.
Pensó en cambiar de acera para no cruzarse con ellos pero lo reconsideró, aquel par de individuos no iban a intimidarla.
No tardó en darse cuenta de su error , ahora la farola los iluminaba perfectamente y pudo verlos con más detalle. El que se inclinaba a la derecha tenía una expresión realmente aterradora, empezó a levantar el brazo lentamente hasta señalarla con el dedo al tiempo que emitía lo que parecía un quejido. En ese momento el otro alzó la cabeza y la miró, tenía unos ojos vidriosos, carentes de vida que parecían brillar al reflejo del farol. Su mandíbula estaba desencajada y de la comisura de los labios colgaba lo que parecía una especie de coagulo rojizo. Un nuevo aullido ininteligible salió de la garganta del que la señalaba.
- ¿Por qué tuve que ponerme estos zapatos de tacón? Maldita sea, solo es un trabajo de mierda y el jefecillo ni siquiera es guapo. ¿En qué narices estaría pensando? - Así pues, dejó el valor para otra ocasión , de sendos puntapiés arrojó los zapatos y echó a correr como alma que lleva el diablo.

- Hija puta, tan solo le he pedido un cigarro. - Como única respuesta se escuchó una sonora arcada.
– Estoy “mu” malo, los callos con garbanzos me han sentado fatal.
- Ya, y claro, la ginebra no ha tenido nada que ver. - Apoyando ambas manos en la farola, soltó una nueva y abundante vomitada.
- Me largo a casa, no puedo más.
- No me seas maricona, aquí cerca hay un garito. Echamos la última mientras vemos las tetas de las camareras.
- ¡Buaaarrrrurggg!
- Joder, no sé cómo aun te queda algo ahí dentro.


(Nota de autor: La conversación entre los dos personajes ha sido traducida del borracho-castellano, castellano borracho, para una mejor comprensión del lector.)





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