Los absurdos cuentos de la bruja Terciopelo.

La princesita cautiva.


Corrió el rumor en la taberna. Atrapada entre los muros de la húmeda mazmorra... ¡Una damisela en apuros!  La custodia la bestia que escupe fuego por las fauces, demoníaco gigante salido del mismo averno. 
Alzan las copas los caballeros, henchidos de ardor “birrero”. Brindan y apuestan, por quién de ellos, rescatará a la noble dama y se llevará por paga la mano y la dote.

Parten al galope, brillan las armaduras bajo los rayos del sol. Raudas, las monturas se aproximan al castillo. Lanzas en ristre, parapetados tras los escudos, embisten los muros ciegos de orgullo. Arriba de la almena, ella. 
Grita pidiendo ayuda, rubia y desvalida dando como buena diva el do de pecho. Acuden los recios hidalgos al rescate y ya muy cerca de las puertas. ¡La bestia! La cosa esta que arde y huele a barbacoa.

Desciendo de la torre todo lo aprisa que me permite la falda del largo vestido, al tiempo que me libro de la rubia peluca. Impaciente, me espera en la puerta el dragón, que ya se relame. A sus pies, caballos y hombres asados al punto. Rebozados de metal, descansan en el suelo los caballeros. Lo pienso un minuto y busco por todos los rincones de mi regio vestido.
-¡Diantres! – exclamo, me mira con ojos interrogantes la bestia. – Después de tomarme tantas molestias, de planearlo todo hasta el último detalle, de hacer que corriera la noticia a lomos de lenguas pagadas con plata. ¡Menudo fallo, me olvidé del abre latas! 

- Terciopelo… - Me dice lacónico el dragón. – Eres una inútil.




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